En el proceso en el que la Iglesia luchó por monopolizar
progresivamente los fenómenos sobrenaturales, los santos cristianos acabaron
siendo los rivales de los magos. Para la Iglesia, aquel que dominaba el arte de
la magia era particularmente peligroso, porque la gente podía tomarlo
fácilmente por un santo. Por ello, se vio ante un peligro inminente, ya que
aparecieron muchos santos falsos que predicaban, profetizaban y congregaban
alrededor de ellos a numerosos círculos de personas asegurándoles que
eran Jesucristo. Debido a estos sucesos, la gente se volvió fiel seguidora de
esas figuras dudosas, ya que aspiraba a contemplar lo divino hecho humano. Y
eso era precisamente lo que prometían los tan famosos magos de la época, pues
combinaban los rasgos de los hechiceros cristianos y paganos. De este modo
abrieron de nuevo las puertas a las antiguas creencias
paganas, con sus cultos y sus ceremonias mágicas, que seguían vivas en la
población y que la Iglesia se esforzaba por condenar al olvido, pues había que
desenmascarar a los falsos santos en auténticas competiciones de magia.
Este tema, muy extendido en la literatura
religiosa de la Edad Media, se basa en el modelo de los escritos apócrifos del
Nuevo Testamento, donde se habla de la competición entre Simón Mago y Pedro y
se cuenta cómo Pedro logró con sus oraciones que Simón acabara por estrellarse
contra el suelo durante uno de sus habituales vuelos mágicos.
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